29 de julio

Como cambian las cosas... ayer, 29 de julio, me pasé el día esperando una llamada (que no llega), comí en casa con pan del panishop, por la tarde cogí un tren a Madrid y por la noche cené en un restaurante mexicano. Casi podría decir que fue un día más, pero además de triste es mentira.

Por suerte, no tengo en mi vida 'un día más' cada día me depara una sorpresa, buena o mala, pero los días no pasan indiferentes ante mí.

Cada día es una aventura, como cuando era pequeña y pasaba parte del verano en un pueblo diminuto de Teruel, de esos que no salen en los mapas y cuando hablas de él creen que lo inventaste en sueños.

Esperaba ansiosa el final del colegio para poder ir a, llamemoslo al pueblo X. Casi me enfadaba por tener que ir a la playa, yo quería mis montañas. Digamos que tenía el síndrome Heidi.

Quería pasar allí todos 29 de julio... era un día muy especial.

Por la mañana me despertaba el panadero, que venía pitando con su furgoneta desde otro pueblo y así avisaba que había que bajar a la plaza a comprar el pan. Desayunaba y bajaba corriendo a ver a mis amigos (esos que de niña crees que serán para toda la vida)

Era genial, casi mejor que el día de mi cumpleaños. Porque de niña, es mucho mejor hacer una fiesta en un pueblo diminuto, de esos que no salen en los mapas y cuando hablas de él creen que lo inventaste en sueños, que en Zaragoza, que está muy bien... pero si sale en los mapas.

El 29 de julio, mis amigos venían a merendar a casa, mis padres ponían música de los años 60 y 70 y montábamos una merendola-guateque. Nos hacíamos fotos con mi gato y hasta hay alguna fiesta grabada en vídeo, que risas y que pintas!!!

Luego a jugar a la calle, a la fuente a coger renacuajos, a pasear hasta algún huerto donde sustraer (de niña no se roba) zanahorias y a pedir por favor a mamá que nos dejase cenar de bocadillo que esa noche íbamos a esperar a que pariese una oveja...

De pequeña, el día de mi santo, era el mejor día del año.